Muchas iglesias aragonesas guardan entre sus paredes destacados tesoros. Imaginería religiosa relevante que, en algunos casos, se relaciona con curiosas experiencias. El Cristo de la localidad zaragozana de Calatorao no es sólo una talla magnífica, orgullo y símbolo del municipio y objeto de devoción de sus vecinos, también cuenta con una apasionante historia unida a un origen fantástico, milagros y exorcismos.
El Cristo está en la Iglesia de San Bartolomé. Allí tiene su propia capilla, al menos, desde 1613. Porque ya se refirieren a ella en el documento de ese año con el que la localidad hizo voto ante notario de guardar perpetuamente fiesta por el Santo Cristo. Entonces se decidió que sería el 10 de mayo, pero más tarde se trasladaría hasta el 14 de septiembre, días de la Santa Cruz.
Según la tradición no hacía ni un siglo desde que la imagen estaba en la población y la devoción no había hecho más que reforzarse. Parecía que los calatorenses estaban encomendados al Cristo y lo iban a convertir en el centro de todas las celebraciones. Esa pasión por la preciosa talla se reflejó de nuevo 60 años después. Los vecinos decidieron dar más relevancia a la imagen renovando la capilla y mandando esculpir las columnas salomónicas de piedra negra de Calatorao que todavía la rodean.
El Santo Cristo es una figura de madera de cedro de tamaño natural, de 1,80 metros de altura y un color oscuro que le ha valido el sobrenombre de “El tostado de Calatorao”. Impresiona, de entrada, por su perfecto acabado policromado. Los distintos elementos anatómicos están muy bien reflejados y la expresión del rostro es sobrecogedora, con un gesto de dolor que conmueve. No se ha podido verificar el autor de semejante obra, pero algunos la atribuyen a los escultores más famosos del renacimiento en Aragón. Su técnica constructiva, aseguran esos investigadores, respondería a ese momento histórico.
La primera referencia documental del Cristo de Calatorao es de 1535. Se nombra en el testamento y últimas voluntades de Gerónima Prat y Cornel. Los expertos no creen que la talla sea mucho más antigua, por lo que apuestan por datarla en ese mismo siglo XVI. Entonces trabajaban en Aragón los escultores Damián Forment, Gabriel Yolí y Gil Morlanes. Pero, analizados los archivos de la parroquia, los del Cabildo de Zaragoza o el Archivo de la Curia, no hay documento alguno que atestigüe ni el encargo ni el pago de la obra. Y eso que sí se guardan los testimonios de las relaciones artísticas con Damián Forment en esas mismas fechas, por otras obras de arte de la localidad. Así que nunca se ha podido certificar su autor. Aunque algunos investigadores hayan apuntado hacia Yolí por las características de la talla, no deja de ser una simple suposición que no se apoya en datos fehacientes.
El padre Ángel Lorenzo Faci, religioso carmelita y prolífico escritor del siglo XVIII, escribió apasionadamente sobre la talla. En un texto de 1730 la describe así: “Está todo el cuerpo del Señor organizado con toda la perfección de venas, arterias, nervios, tendones, ligamentos y cuerdas tan al vivo, que parece que el original del Calvario fue Artífice, como píamente creemos, Ángel admirablemente copiado.” Con esta referencia, y como si quisiera justificar su perfección, Faci atiende a la leyenda sobrenatural que explica el origen incierto del Cristo.
Porque, a falta de documentos o firmas que certifiquen fecha, razón o autor de la obra, en la población se mantiene un relato tradicional sobre la creación de la imagen. Es una historia similar a las que se repiten en otros lugares y transmitida durante generaciones en Calatorao. Cuenta que un peregrino llegó a la localidad en 1520. Enfermo y hambriento pidió caridad a los vecinos y estos le correspondieron. Cuando se recuperó quiso visitar la iglesia y cayó en la cuenta de que el edificio no contaba con imagen del Crucificado. Así que el peregrino se ofreció a tallar una imagen de Cristo en la cruz. Pidió un madero y se encerró en una casa. Pasaron entonces tres días completos sin que nadie oyera ni viera nada y sin que el visitante saliera para comer o beber. Los vecinos decidieron entrar en la casa y allí se encontraron la preciosa imagen del Cristo. Eso sí, a su alrededor no encontraron serrín, tintes o barniz alguno. La comida estaba sin tocar y no había rastro del peregrino. Los de Calatorao decidieron entonces que aquel personaje debía ser un ángel del Señor y la imagen la respuesta a la caridad demostrada.
Parece que desde casi aquel primer momento, el Cristo se convirtió en el objeto de fuerte devoción. Alrededor de la figura supuestamente sobrenatural empezaron a surgir todo tipo de comentarios de carácter milagroso. Se le atribuyeron curaciones y se recogieron testimonios de prodigios salvadores. Incluso se decía que le crecían las uñas, sudaba o le sangraban las heridas.
Tales debieron ser los comentarios que su fama trascendió y Calatorao se convirtió en centro de peregrinación. Y esto no es leyenda, sino pura realidad. Atraía a gente desesperada, que pedía la curación de sus tormentos. También de los que creían cargar con una presencia demoníaca. Al parecer, era tan efectiva la imagen para exorcizar que recibió el sobrenombre de “Cristo de los Endemoniados”.
El ya citado Padre Faci escribió en 1739 sobre el origen de esa supuesta facultad exorcizante de la imagen. Contó que, limpiando la imagen, el Mosen rompió una de las espinas de la corona. Una parte de esa espina cayó en manos del médico de la localidad, el doctor Falcón. Y años después, cuando estaba prestando sus servicios en “la Villa de Sos”, el objeto en uno de sus bolsillos rozó de forma accidental la cabeza de una mujer que agonizaba “hallándose maleficiada”. Asegura el Padre Faci que entonces la enferma se puso de pie en un salto en medio del aposento. “Viendo esto el Cura de Sos, conjuró al demonio le dijera ¿qué había en el bolsillo, ó Relicario aplicado? Y dijo con verdad (aunque blasfemando, como demonio) había dentro una Espina de aquel tostado de Calatorao…”, sigue relatando el sacerdote.
Se tenía la creencia de que, cada 14 de septiembre, el Cristo sacaba los demonios del cuerpo de las mujeres. Y aseguraban que cuando ellas se acercaban a la imagen se les arrancaban los zapatos, los pañuelos de la cabeza o el corsé. En esas prendas, decían, iban los demonios. Y junto a las endemoniadas se daban cita muchas personas para ver lo que ocurría allí. De hecho, a finales del siglo XIX y principios del siglo XX se fletaba un tren especial para ir a Calatorao desde Zaragoza que se llenaba de enfermos y presuntos endemoniados. Y sí se mantuvo hasta los años 50.
Curiosas historias alrededor de una figura que realmente impresiona. Más allá de misterios, milagros o exorcismos es muy recomendable acercarse a ver el Santo Cristo de Calatorao, una de las piezas más relevantes de la imaginería religiosa aragonesa. Quién sabe si obra de un ángel.
Mas información en Asociación Cultural Barbacana. http://www.calatorao.net