Surgiendo de entre las primeras brumas otoñales, el día de Todos los santos, misterioso, nace como una fiesta de flores y de velas, como los viajes que nos conducen a algún rincón perdido donde se encuentra la familia.
En los caminos de los campos, el sol hace brillar los charcos entre las huellas que dejan las pisadas y en un aire saturado de olor a húmedas setas, las gentes de la ciudad, enternecidas e ilusionadas, recogen las primeras castañas despreciadas por la gente rural o por las ardillas. Las iglesias, olvidadas y envejecidas de los pueblos abandonados, se llenan de nuevo de jóvenes y de viejos, que avanzan en oración, tras las espirituales presencias de sus antepasados.
En el día de Todos los santos, en efecto, la lluvia y el sol, el cielo y la tierra, las almas de los justos y de los santos, de los humildes y de los miserables parecen acercarse y abrazarse en una comunión santa.
El 1 de noviembre es la fiesta de Todos los Santos, de los del calendario y de todos aquellos desconocidos, de vuestros pueblos y de vuestras familias, de los que la tradición oral se acuerda o no se acuerda. En toda ascendencia hay hombres y mujeres santos y, vosotros, lleváis su sangre, sois descendientes de su noble, generosa y entregada sangre.
Se celebra este día, en la Iglesia Universal, desde el año 840. Antes de esta fecha, había un día para recordar y celebrar a todos los mártires, hasta que el Papa Bonifacio IV, transformó un templo romano dedicado a todos los dioses (Panteón), en un templo cristiano, dedicándolo a "Todos los Santos". Desde entonces, la fiesta se fue extendiendo, primero en Europa y luego en todo el mundo.
Como fiesta mayor, tenía su celebración vespertina en la vigilia ( la noche del día 31 de octubre ). En Inglaterra se le llamó a esta vigilia vespertina: All Hallow's Even (Vigilia de todos los santos). Con el paso del tiempo su pronunciación fue cambiando....All Hallowd Eve ...., All Hallow Een....., Halloween.
Seguramente te preguntarás qué sentido tiene rezar a los santos o pedir por las almas de quienes ya se han muerto. Esta tradición está basada en la certeza que tienen los cristianos de que la Iglesia es un solo cuerpo, el Cuerpo de Cristo. En el Cuerpo de Cristo fluye un mismo espíritu: el Espíritu Santo; Jesucristo es la Cabeza de ese cuerpo y todos los bautizados, somos sus miembros. La unión de los miembros de la Iglesia no se interrumpe con la muerte, más aun, la Iglesia enseña que se refuerza con la comunicación de los bienes espirituales. Esto es un misterio, el misterio de la Iglesia. No se puede comprender con la razón, ni se puede comprobar como las ciencias: es cuestión de fe.
En la Iglesia primitiva se celebraba solamente el misterio Pascual, la Resurrección de Cristo. La santidad de los hombres se medía por la participación en la muerte de Cristo y el mártir era el santo por excelencia. Por eso los primeros santos fueron todos mártires: hombres o mujeres que morían por defender la fe en Jesús Resucitado.
El primero de quien se tiene noticias fue un obispo llamado Policarpo (156 d. C.), a quien ya se celebró como "santo". Posteriormente (año 258) se veneraba también a los Confesores, es decir, a los hombres y mujeres que con valentía confesaban su fe en Cristo dando testimonio de ella mediante un amor admirable sin llegar al Martirio, y a las Vírgenes por consagrar su vida al servicio del Señor. Los fieles recogían los restos de sus santos (reliquias) y los sepultaban en un lugar especial, conmemoraban alrededor de su tumba el día del martirio o de su muerte y celebraban la Eucaristía. Después comenzaron a colocar la mesa del altar sobre la tumba del hombre a quien consideraban santo o se le daba sepultura al pie de un altar ya construído. En algunos casos se erigieron basílicas sobre las tumbas de los principales mártires (San Pedro, San Pablo, etc.). En la actualidad, para reconocer públicamente a una persona como santo, es preciso un proceso de canonización promovido por quienes conocieron a esa persona o son testigos de milagros realizados por su intercesión. Existe una gran cantidad de santos reconocidos por la Iglesia y otros muchos que, aunque no son famosos, ni siquiera conocidos, vivieron una vida de auténtica santidad. A todos ellos se dedica la fiesta del 1° de noviembre.
Al principio, cuando un hombre era considerado santo, sea por haber muerto en martirio o por su testimonio de vida de fe, quienes lo conocieron pedían al Obispo local que se le nombrara formalmente santo, era él quien determinaba la autenticidad del martirio o vida del candidato, lo nombraba "Santo" y luego lo comunicaba al Papa. No fue hasta el siglo X que se decidió que los santos deberían de ser autorizados y nombrados solamente desde Roma.
La primera canonización formal fue la de San Uldarico, Obispo de Augusta, hecha por el Papa Juan XV en 993. El Papa Gregorio IX en 1234, publicó normas estrictas para el proceso de canonización, con el fin de evitar exageraciones y errores. A partir de entonces, ese proceso se haría a través de un procedimiento legal a manera de juicio, en donde participaban abogados, oficinistas y oficiales que deberían demostrar si la persona merecía o no el título de santo. Estaba, por una parte, el abogado que defendía la causa del santo propuesto, quien hablaba de su vida y virtudes que en él se observaban; por la otra estaba el llamado abogado del diablo, que refutaba lo que el defensor de la causa presentaba y los oficiales de la Iglesia que finalmente aprobaban o rechazaban la propuesta.
En enero de 1983, el Papa Juan Pablo II propuso revisar el proceso de canonización con el fin de hacerlo todavía más fiable. Ahora se recurre a muchas ciencias humanas como la psicología, la sociología, la historia. Ya no son abogados, sino teólogos y diferentes especialistas los que participan en un proceso de canonización.
Para iniciar el proceso primero debe haber un movimiento popular que promueva la canonización de determinada persona, gran cantidad de gente que lo conocía y que siente que puede ser santo. Deben demostrar que el candidato hizo en vida cosas extraordinarias por otras personas. Este movimiento se presenta ante el Obispo, quien por medio de tribunales, debe investigar la causa y reunir el material suficiente para enviar a Roma a través del Postulante, que es el encargado de presentar la causa a la Iglesia.
En el Vaticano se nombra un Juez Supremo y un cuerpo de Consultores. Ellos cuentan con un consejo de historiadores y un consejo de teólogos. Participan además 12 ó 15 Cardenales y Obispos que, una vez revisado y aprobado el material lo entregan al Papa quien, después de un minucioso estudio, nombra al candidato "Venerable" o "Heroicamente Virtuoso". Después se espera a que se comprueben dos milagros realizados por su intercesión para nombrarlo "Beato" o "Bienaventurado" y, finalmente, se reconoce ante la Iglesia Universal como "Santo".
Todo este proceso generalmente dura muchos años.
Entre los especialistas en la materia están los Bolandistas que son humanistas que estudian las vidas de los santos para establecer sus historias precisas, comprobando que no son sólo leyendas. Ellos son quienes han trabajado con el calendario para decidir los que se deben suprimir o incluir. Son más de diez mil los santos nombrados a través de la historia de la Iglesia, por lo que los Bolandistas tienen todavía una ardua tarea.